El tiempo le apuñalaba los ojos, su cuerpo pesaba el doble y el sillón, pese a no ser cómodo, lo tenía amarrado de por vida. Que grande se hace el mundo cuando uno está enfermo, que duelen las rodillas, que rápido es todo mientras tú, como en las pesadillas, no consigues arrancar en la carrera.
Él no era capaz de contestar al teléfono y la televisión se convertía en una barahúnda de palabras, el sudor arrancaba desde la espalda para bañarlo entero y, cuando se enfriaba, dejarlo más enfermo todavía.
Realizó el esfuerzo más grande de su vida, se agarró fuerte a los brazos del sillón y, acompañado por una paleta de sonidos guturales, se puso en pie. Creía ser más pequeño aun sintiendo ser más grande, y caminó por el salón hasta el baño, orinó, se mareó y apoyó la cabeza contra el marco de la puerta. Sonó el timbre a su lado y preguntó, con voz herida, quién era.
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